lunes, 12 de abril de 2010

La derrota más grande del mundo

Antonio Lucas "Lobo" / Cieza.

La final del 50 es, tal vez, la mayor tragedia de la historia contemporánea de Brasil”. Roberto Da Matta (antropólogo)

¿Qué amante del fútbol no escuchó alguna vez al hablar de los mundiales la palabra maracanazo? Es un hito que formará parte de las páginas más grandiosas y tristes (para los brasileños) de la historia del fútbol, es por ello que para el primer artículo sobre los mundiales he escogido hablar de este partido.

Uruguay aceptó el riesgo y el honor de organizar el primer campeonato del mundo de fútbol, luego, por educación, supongo, lo ganó.

Los celestes desertaron de los Mundiales de 1934 y 1938 y la Segunda Guerra Mundial bombardeó la alegría del balón en la década de los cuarenta. Uruguay retornó a la escena mundial en 1950, Brasil organizó aquel mundial con una confianza ciega en su poderoso equipo. La final entre Brasil y Uruguay reunió a 200.000 espectadores en el Maracaná, al anfitrión le bastaba el empate para proclamarse campeón, pero todo Brasil deseaba una goleada. El camino hasta la final había estado marcado por el buen juego, un fútbol alegre y creativo nunca antes presenciado, la prensa deportiva internacional se rendía ante el talento carioca.

La tarde del 16 de julio de 1950 Uruguay vivió una gesta futbolística que el mundo identifica con el nombre de maracanazo. En la segunda parte Brasil se adelantó en el marcador, pero Obdulio Varela, valiente mulato capitán y guía espiritual de Uruguay puso al equipo sobre sus hombros y le llevó al triunfo con goles de Schiaffino y Ghiggia. Obdulio sabía que la historia es una cosa seria: “Teníamos que respetar y defender una herencia fabulosa”. Ese día quedó inaugurada la garra charrúa, buena definición si consideramos que los charrúas fueron indios que habitaron en el margen oriental del río de La Plata, y cuyo acto de presentación al mundo civilizado fue, según algunos historiadores, el de despedazar y comer a don Juan Díaz de Solís y otros muchos tripulantes entre enero y febrero de 1516.

Lo de Uruguay es un desafío a la lógica, es un país pequeño para las típicas proporciones americanas (menos de tres millones de habitantes) que ha ganado campeonatos olímpicos(2), suramericanos(13) y mundiales(2). El juego uruguayo se caracteriza por ser de una técnica exquisita y de pierna hostil que desafía al reglamento. El paisito es el único equipo suramericano que metió la cabeza entre los dos gigantes del continente.

Los jugadores de la selección charrúa todavía no habían jugado la famosa final del cincuenta y ya estaban cansados de tanto perderla. En la víspera de la final, el diario O Mundo titulaba en portada bajo una gran foto del equipo brasileño: “Estos son los campeones del mundo”. El cónsul honorario de Uruguay hizo llegar veinte ejemplares a su selección diciéndoles: “Mi pésame, los señores ya están vencidos”. Obdulio Varela se dirigió al baño y muy serio orinó sobre los periódicos ante sus compañeros. Él mismo dijo años después: “Si jugásemos cien veces aquel partido los perderíamos las cien”. Pero también dijo que nunca perdió un partido antes de jugarlo.

Brasil contaba por aquellos tiempos con 52 millones de habitantes, ahí es nada, toda la nación se sentía representada por una selección triunfante y artística que era objeto de toda clase de elogios. Ese día el país entero estuvo pendiente de aquel partido, un júbilo colorista inundó las calles durante las horas previas, el estadio se llenó hasta decir basta, 173.850 espectadores de pago y 30.000 invitados, cifra jamás igualada en la historia del fútbol, la vida comprimida en Maracaná y la radio hermanando a una nación de idéntica alma preciosista y jugona. Pelé tenía diez años, oyó el partido con su familia.

El partido empezó a las 14.55 h del 16 de junio de 1950, Ademir tocó en corto para Jair. La selección canarinha sólo tardó unos 30 segundos en crear su primera ocasión de gol. Durante la primera parte los locales ahogaron diecisiete gritos con el gol como título frustrado. Fue en el minuto dos de la segunda parte cuando Friaca hizo el 1 a 0, Maracaná reventó. Los brasileños lo tenían todo a favor, eran superiores, el empate les bastaba para ser campeones y ganaban por uno.

Tras el gol, Uruguay no varió su planteamiento defensivo, pero empezó a sacar el balón con más agilidad, la llave maestra del partido la tenía Ghiggia, hábil extremo celeste que llevaba loco a Bigode, lateral izquierdo local. A los veinte minutos de la segunda parte Obdulio abrió para Ghiggia, Bigode vio pasar el balón con la misma impotencia que los espectadores, Ghiggia llegó a la línea de fondo y centró rápidamente hacia atrás, donde Schiaffino de tiro alto y preciso batió a Barbosa. ¡Gol de Uruguay! ¡Empate!

El partido ya no era el mismo, Maracaná quedó petrificado. El miedo cerró 200.000 bocas y la desconfianza del público caló en los jugadores cariocas. Contra todo pronóstico, los charrúas tenían su oportunidad, la defensa se mantenía en orden, el centro del campo era propiedad de Obdulio Varela y Ghiggia seguía abusando de Bigode.

Ocurrió a las 16.38 del 16 de julio de 1950, en el minuto 33 de la segunda parte. Julio Pérez entregó el balón a Ghiggia, el extremo se lo devolvió, Pérez lanzó en profundidad, Ghiggia comenzó a correr. Los supersticiosos dijeron entonces que jamás volvería a crecer la hierba en el camino que recorrió Ghiggia. Bigode perdió esa carrera como había perdido las anteriores, Ghiggia corría hacia la banda. A Barbosa, portero brasileño, lo mató la memoria, pensó que el extremo resolvería como en el primer gol, y por ganar un paso para cortar el presunto centro regaló el primer palo de la portería. Lo que Ghiggia resolvió fue tirar directamente, raso y fuerte. Barbosa regresó tarde, la torcida cerró los ojos, la pelota sacudió la red y Uruguay se puso 2 a 1. Maracaná mudo. Silencio, sólo silencio.

Sólo tres personas callaron el Maracaná con 200.000 espectadores: Frank Sinatra, el papa Juan Pablo II y yo”. Llegó a decir tiempo después Ghiggia.

Al partido sólo le quedaban once minutos, los brasileños intentaron hacer justicia, pero ya saben, hay días que si la pelota dice de no entrar no entra.
Ante la tristeza absoluta que reinaba en el ambiente tras el pitido final el guardameta brasileño comentó: “Fue como si se hubiera preparado una fiesta para coronar a un rey y el rey hubiera muerto antes de la coronación”.

Se había preparado una ceremonia solemne con himnos, discursos y guardia de honor, pero cuando Jules Rimet (presidente de la FIFA) se asomó al túnel con la copa no vio micrófonos, ni banda de música ni guardia de honor. En sus memorias escribió que todo estaba previsto, excepto el triunfo de Uruguay.

1 comentarios:

Héctor dijo...

Maravilloso artículo Señor Lobo, ideal para todos los amantes del fútbol.

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